El concepto de “descarbonización profunda” deviene de los esfuerzos internacionales tendientes a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) con el fin de limitar el aumento de la temperatura promedio de la superficie terrestre bien por debajo de 2° C, respecto de los niveles preindustriales, con el fin de evitar los impactos esperados del cambio climático.
El límite de aumento de las temperaturas por debajo de 2° C lleva implícita la necesidad de que todos los países del mundo, incluyendo los países en desarrollo, reduzcan las emisiones de GEI prácticamente a cero en la segunda mitad de este siglo. Esto implicará una profunda transformación en los sistemas energéticos mundiales y fuertes reducciones en la intensidad de carbono de todos los sectores productivos.
Por “descarbonización profunda” se entiende entonces al proceso de mejorar la dotación de infraestructura energética lo largo del tiempo mediante el reemplazo de tecnologías relativamente ineficientes y carbono-intensivas por otras más eficientes y bajas en carbono, capaces de proveer los mismos (o mejores) servicios energéticos a una población en crecimiento.
Los desafíos que plantea la descarbonización profunda son complejos y múltiples, pues se precisa realizar cambios sustanciales en la infraestructura física, desarrollar y difundir nuevas tecnologías y procesos más eficientes, realizar millonarias inversiones sectoriales y modificar drásticamente patrones de conducta a fin de hacer más eficiente el consumo energético.